lunes, diciembre 25, 2006

enero/febrero 2006

He considerado durante mucho tiempo la posibilidad de volver al mismo lugar donde me habías encontrado hace ya tantos años. Procuré entonces hacerme la idea de que yo también, del mismo modo, te hallaría. Jamás se me ocurrió que pudieras haberte olvidado el camino hasta allí. O que, por algún motivo, tu asistencia fuera imposible. Acaso la imagen que yo guardaba era la tuya y no la del entorno.
Luego no he vuelto, de hecho. Mantuve siempre la ilusión. Imaginé la escena del reencuentro y, reiteradas veces, creí estúpido no juntar coraje y acercarme. La verdadera sensación era ésa. La que más reconfortaba… no diré “reconfortaba”, porque no es sincero de mi parte. Considéralo una aberración. Una pretenciosa experiencia del alma que no me incumbe. Y me excede. La paciencia se me acaba, he dicho. Y las vacilaciones que me agobian terminan por dejarme sentada en esta silla, escribiendo. Mierda. Escribiendo mierda que no vuelve a ser leída. Se agota en la siguiente frase que no comienza, que se pierde en el instante mismo en que quiere ser escrita. Verás. La tropa se aleja y ya la excusa se termina para no volver a iniciarse. En qué quedamos, entonces. En nada cierto. Valora el minuto que se fue. Ya no hay más lágrimas, porque serían un derroche de cuerpo. Demasiado erotismo para esta carne deshidratada. Ya sé que la pena es vanidad. No la merezco. No tengo razón y, de ahora en más, no la tendré nuevamente. Es exacto el punto que me precede y me detendrá al final. (Dónde si no?) Es el asco que no cesa de derramarse. Ya es el asco, sin más que agregar. Las patillas te han crecido lo suficiente… las pastillas… te cuelgan de las orejas, enredan la voz que te ataca por el pabellón sin salida de tu mente o tu psiquis o tu alma o tu ser, si es que tienes (mente, psiquis, alma, ser). La vuelta en tren había parecido reconfortante (¡otra vez!), pero, una vez abajo, nos dimos cuenta de que había sido en vano. Otra cosa más en vano. Echada a los perros. Estoy desorientada. No es la primera vez. Seguro que algo va a venir. Tengo la esperanza. De no ser así, ni siquiera me hubiese sentado en esta fucking silla, frente a la fucking máquina eléctrica que odio usar. Es tan definitiva. Mente aniquiladora. De frases. No puedo corregir. No tengo otra opción más que seguir tipiando. Ya le voy agarrando la mano, de todas formas. Ya estoy un poco más cómoda. Podría seguir así, mas… Tardé en conectarla, ya que no hallaba un adaptador de tres patas. Así que desenchufé el ventilador y el equipo. Mamá está decidida en romperme las bolas (no es que nunca lo haga, pero hoy especialmente). Parece que todos están empecinados en que les preste atención. Get a life! No volverán a encontrarme por aquí, lo aseguro. ¿Buscaranme? Lo dudo. Yo también puedo ser muy demandante. Pero son las menos de las veces. Por lo general, estoy muy ensimismada y todo me chupa un huevo. Lo malo de eso es que me gusta la gente que es así (a la que todo le chupa un huevo). Es malo porque tampoco me dan bola a mí y eso me irrita un poco, a veces. Sí. Puede sonar contradictorio, mas no lo es en absoluto. Es totalmente lógico y no voy a perder el tiempo explicándolo, aunque right now no tenga otra cosa mejor que hacer. El perro se quedó encerradito en la cocina. Ni llora. El otro día me mordió. No mucho, pero me mostró los dientes y me clavó uno. Ahora tengo puesta una curita en la muñeca. Justo arriba de los cables que se cortan los suicidas. Parezco una, con esta curita ahí pegada. Me gusta. Me hace más dark. Dos veces hoy me miraron con cara de “qué autista que sos, nena” Don´t care. Lo soy un poco. Es por los fórceps. Y por ser hija única. Y porque mamá no me dio la teta. Se le agrietaban los pezones, dice. A los tres años dejó de alzarme a upa, también. Se ve que le pesaba. Excusas. Ahora es una tierna madre. También ella es hija única. Como mi padre. Y los dos quedaron huérfanos de ídem, aproximadamente a la misma edad. Se ve que se entendieron de entrada.

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