jueves, noviembre 24, 2005

La vieja

En cierto sentido, Todo puede ser abarcado siempre desde el mínimo lugar. La ventana de aquella casa es tan pequeña como la mirilla de la puerta de la gran mansión. Y sin embargo, la vieja parece momificada tras ella. No quiere irse, por más que nada pase en ese pueblo. Rocas apostadas, una tras otra en fila india, improvisan un camino que conduce eternamente a la casilla y, por ende, a la vieja.La vieja tras la puerta (¿sentada o parada?) mira impasible, por el pequeño orificio de la puerta, un vidriecito. Mira el aire (no hay otra cosa que mirar) a través del lente que filtra la porquería que pudiese perturbar la precisión de su órgano ocular. La luz, que ni siquiera se molesta en cegar la longevidad bestial rumiante, le ofrece (a veces, cuando quiere) el espectáculo de su propio ojo. Este cuerpo casi podrido experimenta, ante tal acontecimiento, una suerte de excitación inexplicable a su propio juanete que comienza a doler, como cuando está por largarse a llover. Y su ojo abierto milagrosamente lagrimea y finaliza el show, con la nubosidad de adentro y de afuera y las gotas de adentro y de afuera. Y no logra explicarse la contingencia de tales fenómenos. Imposible. Y sólo miraba, miraba esta maldita vieja de dieciocho años y sonreía la muy perversa disfrutaba ella sola, ella sola la maravillosa nada exterior, el espléndido despliegue de vacío. ¡Qué si será infeliz, la muy turra! Orgullosa de su inacción había osado prescindir de todo y de todos. ¡Típico! Para alguien que se había criado en medio de la mierda de los cerdos que comen choclo y todo tipo de verduras hervidas y recocidas no resultaba difícil imaginar que el mundo podía ser similar en todas partes. Después de haber padecido la etapa en la cual se cree que el resto de la gente es feliz mientras que sólo es uno el que sufre. Cuando se cree en la existencia de la normalidad, mientras que lo anormal se gesta únicamente en el interior de sí mismo. Cuando lo extraño es tan propio, lo común es siempre ajeno. Pero ese sentimiento se supera, y entonces, todos somos iguales hasta en lo diferente. Se ama la humanidad, como si no existiera otra cosa sobre el planeta. Fin y principio de todo, que es eso mismo. Y nada más existe. Por lo tanto, se evoluciona hasta el estado de aislamiento total, de desinterés absoluto, porque todo lo que se puede conocer ya está aquí. Y no hace falta más. Individualismo atroz. Soledad.

martes, noviembre 01, 2005

No lo sabía

Es posible tener un deja vú auditivo. Quiero decir: puramente auditivo. Sin imágenes. Aunque –ahora que lo pienso mejor- no creo que pueda desligarse la imagen del recuerdo o la reminiscencia. Siempre hay un cuadro que se forma en la cabeza. Sentada frente a la radio encendida, tuve la impresión de “ya haber escuchado” el diálogo que los locutores mantenían entre sí. Pero el deja vú lo experimenta uno mismo, y, por lo tanto, uno siempre está implicado en él. En el deja vú es una sensación interna y no una imagen lo que se repite, lo que vuelve. Retomo, entonces: hoy entendí que el deja vú nunca es visual, únicamente. Es sensual y no sensorial.